jueves, 12 de diciembre de 2013

Arquitectura ¿Arte o Técnica?

Afirmar que "todo el mundo puede hacer una obra de arte"... es atrevido. Sé de muchos que salen de bellas artes y no crean obras de artes, así como muchos arquitectos que no hacen arquitectura saliendo de esta. De hecho, sí la Arquitectura fuese solo técnica, todos los arquitectos serían geniales, 2+2 son cuatro y el color azul con el color amarillo , da verde. Sí todo el mundo sabe que es así, ¿para que molestarse en hacerlo mal? De hecho.

La técnica no implica un "sentir" o una "reflexión", un sentimiento que en el arte (y que casualidad que en arquitectura también) es necesario. Y cuento una anécdota, en el Reina Sofía de Madrid, mirando el Guernika de Picasso, había gente llorando, junto a él. Y no se a vosotros, pero a mi, personalmente hay cosas que me emocionan: cuadros, música, películas, edificios... que me emocionan, que los veo y no me dejan indiferente, me pueden gustar más, o menos, pero desde luego tienen una reacción en mi que hacen que me sienta de diferentes formas.

Y otra cosa de los que defienden la técnica sobre el arte. El arte no tiene por que ser bonito , el arte tiene un discurso por detrás, muy profundo. Para comprenderlo hay que estudiarlo, verlo, ponerlo de alguna manera en contexto...

Yo no sostengo que la Arquitectura no necesite técnica, simplemente que la técnica, como en el pintor, el escultor, el arquitecto, el músico, etc., está implícitamente conectada en todo y cada uno de ellos. Es más, también sostengo que la Arquitectura, es una mezcla de Humanidades, (Artes, Filosofía, Historia, Geografía) Ciencias sociales (Sociología y Antropología social) y Ciencias puras (Matemáticas y Física). En otras palabras, hay que saber de todo un poco (bastante).

lunes, 9 de diciembre de 2013

EL MONUMENTO; A FAVOR O EN CONTRA.

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

Con gran frecuencia, la arquitectura y la transformación de la ciudad se convierten en recursos propagandísticos del poder político. La capacidad de construir (como la de destruir) es uno de los atributos fundamentales del poderoso. Es lógico que así sea ya que su aspiración final es la de transformar la faz de la Tierra, dejando una huella de lo que su poder significó. Todo poder, con más razón si es de carácter totalitario, aspira a permanecer eternamente. 
No solo es cuestión de cantidad. No solo es que el más poderoso sea normalmente el que más ha dejado construido, sino que la forma de lo construido por el poder tiene una determinada especificidad. La definición de la arquitectura dada por Le Corbusier como «un juego sabio y magnífico de volúmenes bajo la luz» solo es válida si pensamos en la existencia de una arquitectura pura, desvinculada de todo lo que no sean problemas de plástica, de su destino como hecho social. A la hora de la verdad, la forma misma de la arquitectura se pone al servicio de una ideología, de un estado de cosas determinado, aquel que representa quien hace posible esta empresa colectiva, o sea, el que tiene el poder. La arquitectura de quien detenta el poder es, como cabría esperar, una arquitectura poderosa. La expresión de poder viene a través de su rotundidad, de su solemnidad, de su seriedad, de su apariencia monolítica. La arquitectura del poderoso aspira, como él mismo, a la eternidad, de ahí el recurso tradicional a la piedra, material de expresión de lo eterno en arquitectura por antonomasia. 
Ahora bien, la lógica de la arquitectura pétrea que aspira a la eternidad corresponde a las culturas históricas. En nuestra contemporaneidad el fenómeno es algo más complejo. El poder económico, que es el que verdaderamente se emparenta hoy con el poder político tradicional por su vocación de visibilidad, seduce más sutilmente a través de sus transformaciones urbanas. Explota el recurso de los materiales brillantes o reflectantes, que también encontrábamos en las culturas anteriores con los bronces y las superficies doradas, pero el poder económico actual ya ha descubierto el recurso del vidrio, que hubiese sido curiosamente rechazado por el déspota de otros siglos por su evocación de lo frágil –que un material frágil represente a un poder que quiere ser sólido e irrompible sería contradictorio-. El vidrio, en una sociedad compleja y paradójica como la nuestra, es la piedra de los poderosos actuales. También cabría hablar del acero inoxidable y en general de los productos metálicos, que también son expresión de otra manifestación del poderoso: su capacidad para dominar tecnologías complejas como las que se asocian a la producción de tales materiales.
La expresión de eternidad no es, sin embargo, asunto exclusivo de la materia, sino que también concierne a la forma. No cualquier arquitectura pétrea vale, sino aquella que hace alusión a determinados motivos formales que, en virtud de ciertas convenciones, pasan por ser los que mejor expresan el valor de lo permanente. Los códigos formales clásicos forman parte importante de este tipo de recursos. El muro exterior del Coliseo de Roma no requiere técnicamente de esa trama de cornisas y columnas que se superpone y se combina con la de huecos arqueados. Se trata de una operación de imagen en toda regla, para darle un carácter noble, solemne y civilizado al edificio. El recurso a los códigos formales de la tradición busca anclar la imagen del edificio en lo eterno. Ese edificio quiere convencernos, no solo de que ha sido construido para permanecer por los siglos de los siglos, sino de que su historia viene de antiguo, de que su eternidad se extiende en ambos sentidos en el tiempo.
Tradicionalmente, los poderes de la ciudad han revestido de monumentalidad los edificios institucionales y públicos. Estos edificios no solo debían cumplir una función como equipamientos de la comunidad, sino que debían, mediante su forma exterior, representar una cierta idea elevada que la comunidad pretendía tener de sí misma. El monumento, un objeto cuya única función en origen era la de marcar un lugar en la memoria colectiva, adquiere así múltiples funciones urbanas –la de ayuntamiento, la de palacio, la de museo, la de estadio...–. El edificio público se hace monumento, o al menos adquiere un cierto carácter monumental. Ya no son solo los templos y los edificios religiosos los que representan coronándolo, rematándolo el asentamiento humano compuesto de casas anónimas. El poder, tanto el político como el económico o el religioso, se expresa en la ciudad mediante el edificio-monumento.